viernes, 30 de marzo de 2012

El Universo es como una sábana que se dobla

Publicado por Fooly_Cooly - 1 comentarios

MARIO HERRERO VALEA.- “El universo es como una sábana que se dobla”. Esta frase, con cierta reminiscencia a Forrest Gump, es una de las mejores formas de describir la Teoría de la Relatividad General, la teoría que describe cómo se comporta la gravedad en nuestro Universo y cómo se mueven los astros en él. Así, un cuerpo masivo se comportará como un peso sobre una sabana, curvando esta y provocando que cualquier otro objeto rodando sobre ella caiga hacia el cuerpo masivo, esta caída es lo que llamamos gravedad.

Este sencillo juego consistente en arrugar el espacio y el tiempo para que los cuerpos no se muevan en línea recta es el culpable de que durante las noches despejadas veamos sobre nuestras cabezas el espectáculo que es el cielo estrellado. Desde nuestro pequeño planeta a los supercúmulos galácticos (agrupaciones de millones de galaxias), pasando por las nebulosas, las estrellas, los misteriosos agujeros negros y muchos astros más; todo aquello que habita el Universo obedece las leyes de la Relatividad General. Y precisamente este hecho es el que en el futuro nos permitirá desvelar los misterios más maravillosos que esconde nuestro Universo.

Hasta el día de hoy, todo nuestro conocimiento astronómico proviene de observaciones realizadas gracias al espectro electromagnético, ya sea en el rango visible, en microondas, rayos X, radio, etc… Cuando queremos observar un objeto en el cielo dependemos de la luz (por no arrastrar el término pedante de radiación electromagnética) que este emite, ya sea por el mero hecho de estar a una cierta temperatura, al igual que los metales se ponen al rojo al calentarlos, o por alguna de las reacciones nucleares u otros fenómenos físicos cuyo producto final son emisiones de fotones al espacio. Esto puede parecer poco, y realmente es una muy pequeña parte de todas las posibles emisiones de partículas que se producen en el espacio, pero ha sido suficiente para llevarnos, en poco más de 100 años, desde una posición privilegiada donde nuestro Sol era un importante astro del firmamento a no ser más que los habitantes de una pequeña roca en el extremo de una más entre billones de galaxias; desde asumir la mano de un todopoderoso que nos puso en la Tierra e iluminó el cielo a confirmar la Teoría del Big Bang por la observación del fondo cósmico de microondas. Y sin embargo, todo esto es insuficiente si queremos testar las más novedosas y a veces rocambolescas ideas de la comunidad científica o desvelar los más profundos secretos de la negrura que nos rodea. Y es en este punto donde la gravedad, y su influencia sobre todas las cosas, entra en juego.

Imaginemos que en algún momento ocurre un suceso violento en el que una gran cantidad de masa se desplaza sobre la sábana que es el Universo. Al igual que cuando lanzamos una piedra a un estanque de agua, este suceso es capaz de provocar ondas en la superficie de nuestra sábana que se propagan sobre ella. Estas ondas se conocen por el nombre de ondas gravitatorias y representan nuestra mejor apuesta en el futuro próximo de la astronomía si algún día conseguimos detectarlas… y es que pese a llevar casi cien años manejando la Teoría de Einstein, no hemos sido capaces aún de detectar ondas gravitatorias más que indirectamente, pues aquellas que se generan en los sucesos astronómicos son increíblemente tenues, tan tenues que durante el siglo XXI sólo esperamos ser capaces de detectar aquellas provocadas por los sucesos más terribles y catastróficos que podamos imaginar, desde un choque de galaxias al nacimiento de un agujero negro, y eso tras un esfuerzo tecnológico impresionante. 


A día de hoy los experimentos que han intentado cazar esta esquiva radiación han sido infructuosos, y eso que consisten en sistemas de varios kilómetros de tamaño. En ellos, dos brazos sólidos de varios miles de metros de largo se sitúan formando una cruz, enviándose sendos rayos de luz a su largo. Estos rayos, provienen previamente del mismo haz, que se ha separado mediante una lámina semiespejada. Cuando cada rayo llega al final del brazo, encuentra un espejo en el que se refleja y vuelve hasta encontrarse con su gemelo en el cruce, donde se vuelven a unir en un solo haz luminoso. La clave de este experimento es que, si en algún momento una onda gravitatoria cruza el sistema, uno de los dos brazos variará ligeramente su longitud, haciendo que el rayo que lo recorre viaje una distancia ligeramente mayor o menor que el otro, de manera que cuando se vuelvan a encontrar estarán desfasados e interferirán entre ellos. Si somos capaces de medir esa interferencia entre haces luminosos, habremos detectado una onda gravitatoria. El problema es que la variación de longitud del brazo, incluso para ondas generadas relativamente cerca de nuestro planeta (en nuestra vecindad galáctica) es de una milésima del tamaño de un átomo de hidrógeno… algo verdaderamente pequeño como para poder medirlo con eficiencia. Pese a ello, experimentos como LIGO, en los Estados Unidos; o VIRGO, en Pisa, Italia; confían en este sistema para intentar detectar ondas gravitacionales. Así mismo, existe un proyecto, denominado LISA, que, pese a que se ha ido reduciendo su ambición debido a los recortes en los presupuestos de la NASA, espera ser capaz de realizar un descubrimiento directo cuando esté funcionando. Para ello, se lanzarán tres satélites al espacio, que jugarán el papel de los extremos de los brazos del sistema óptico, pero con la ventaja de estar en el espacio y poder separarse cientos o miles de kilómetros.

Si fuésemos capaces de detectar ondas gravitacionales, el siguiente paso sería refinar nuestra tecnología de manera que seamos capaces ya no sólo de detectarlas si no de diferenciar su origen e intensidad, construyendo de este modo un verdadero telescopio de ondas gravitatorias que nos abriría la puerta al futuro de la astronomía, permitiéndonos ver cosas que hasta ahora nos estaban vedadas, como la dinámica de la materia oscura (que haciendo honor a su nombre no emite luz, pero sí radiación gravitatoria), lo que ocurre en el extremo de un agujero negro o el mismísimo origen del Universo, donde se supone que un proceso de expansión rápida conocido como inflación generó una importante cantidad de ondas gravitatorias que deberíamos poder medir.

Como veis, la ciencia nunca dejará de sorprendernos y cada día nos abre la puerta no sólo a nuevos descubrimientos si no también a nuevas formas de mirar al cielo y maravillarnos por lo que vemos.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

A mí también me gustan mucho los chominos.