martes, 17 de abril de 2012

Echar de menos

Publicado por ZaManoi - 0 comentarios

Cuando era pequeña me ocurrió algo que no supe explicar hasta muchos años después. Yo crecí en un pueblo de la costa andaluza. El mar formaba parte de mi vida. Me levantaba con esa línea azul al fondo, siempre presente. Con unos seis años fui a visitar por navidades a la familia de mi madre, en Francia. Y me pasé esas dos semanas con una intensa inquietud que no sabía de dónde venía. Miraba al horizonte. Me preguntaban “¿Qué te pasa?”. Y yo no sabía qué responder… Más tarde, con unos catorce años, volví a viajar a Francia, a casa de una amiga, de intercambio. Ellos vivían en el interior e íbamos a viajar en coche con toda su familia hasta el sur del país, hacia la costa. Y allí estábamos los cinco, apiñados en el coche, cuando, de repente, no pude evitarlo. “Para el coche”, le dije a quien conducía. Paramos a un lado de la carretera, en la ladera de la montaña. Todo era verde y frondoso. Pero yo cerré los ojos y dije: “¿No oléis el mar?”, “¡Qué va, si aún falta mucho para llegar!”, respondieron, “Además, ¡huele a campo!”. “No, esperad un momento… son esas notas de sal, ¿no podéis distinguirlas? Es el mar, el olor del mar llega hasta aquí…”. Todas las alarmas de lo más profundo de mi cerebro habían saltado: era el inconfundible aroma del mediterráneo. Unas horas más tarde, alguien gritó: “Mira, ¡ya se ve el mar!”. Y cuando al fin pude ver esa línea azul algo se liberó dentro de mí… y recordé aquella sensación de angustia de mi infancia al alejarme por primera vez del mar… Lo que buscaba inconscientemente con seis años, mirando al horizonte, era la línea azul, ese mar que corre por mis venas. Fui al colegio, más tarde al instituto (#yosoydelapública), siempre sintiendo su influencia. Cuando llegaba el calor los días se pasaban en la playa (yo siempre bajo la sombrilla, que tengo tendencia a achicharrarme). Era como la iluminación en una obra de teatro: es un personaje más que puede pasar desapercibido, pero que si no está, se nota. Ya adulta, en invierno, mi mayor placer era caminar por la playa desierta, escuchar las olas, distinguir de qué humor se había levantado el mar ese día por sus colores, maravillarme con las corrientes, oteando el cambio de tono de sus aguas. Y todo este rollo para qué, qué tiene que ver con StAS toda esta historia… Al margen de lo interesante que me parece que nuestro cerebro sea capaz de conservar datos (tan variopintos como un texto de varias horas en el caso de los actores), interpretar información (hasta llegar a conclusiones como las de Einstein), o recordar un olor (como puede ser el del mar, un perfume, o un café concreto) me llama la atención la capacidad que tenemos para echar todas estas cosas de menos, dándonos cuenta de ello o no. Porque echar de menos a alguien, o a algo, es reconstruir una ausencia con nuestro cerebro, sumar todo aquello que recordamos y añorarlo. Yo nunca he sido especialmente melancólica, pero en los últimos años estoy empezando a echar de menos otras cosas más complejas: echo de menos algo que tarda mucho en construirse y que se desmonta en muy poco tiempo. Como ha dicho el presidente de la COSCE (Confederación de Sociedades Científicas de España), a quien he escuchado en la radio en estos días: “es muy fácil y rápido destruir un equipo de investigación, pero construirlo puede costar unos diez años”. Echo de menos una forma de pensar que impulse la ciencia como base del modelo productivo. Lo echo mucho de menos… Por esto hay que “Star”, por eso hay que impulsar iniciativas como esta: para que los ciudadanos no se levanten un día echando algo de menos sin saber qué es.

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