viernes, 20 de abril de 2012

La evolución y el San Bernardo

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FERNANDO FRÍAS.- Uno de los conceptos científicos menos intuitivos es quizá el de la evolución de las especies. Sí, todos sabemos que los hijos no son exactamente iguales que sus padres, que un abuelo moreno puede perfectamente tener una nieta rubia y que las variaciones de altura o complexión física dentro de una familia son habituales. Pero de ahí a pensar que una serie de cambios se vayan acumulando en el tiempo hasta dar lugar a una especie diferente hay un abismo que a mucha gente le cuesta cruzar.

Y, sin embargo, los seres humanos nos las hemos apañado para rodearnos de ejemplos de evolución provocada por nosotros mismos. Las plantas que cultivamos son el fruto de una cuidada selección de ejemplares en busca de un fruto más grande, una cosecha más abundante o incluso algo tan frívolo (y, a la vez, tan importante) como una flor más duradera. Los animales de granja tienen poco que ver con sus parientes salvajes, mucho más pequeños y mucho menos dóciles. Y además tenemos al que según el tópico es nuestro mejor amigo: el perro.

Hace cinco años Abby G. Drake y Christian P. Klingenberg publicaron un estudio sobre la transformación de la forma del cráneo en los perros de la raza San Bernardo (pdf). El motivo principal de escoger esa raza es que su evolución está muy bien documentada, y de hecho pudieron contar para su estudio con 47 cráneos de San Bernardos, perfectamente conservados e identificados y datados entre 1885, el más antiguo, y 2001, el más reciente.

Claro que no es la única fuente de información, y como nosotros no tenemos acceso desde aquí a la colección de cráneos del Naturhistorisches Museum de Berna tendremos que contentarnos con otra cosa. La labor de los legendarios perros de rescate del Hospicio del Gran San Bernardo empezó a ser conocida a raíz de que Napoleón emplease esa ruta para cruzar con su ejército hacia Italia, en 1800, y más aún cuando se difundieron historias como la de Barry, a quien se atribuye el salvamento de al menos cuarenta personas, lo cual probablemente sea cierto, y que murió cuando intentaba rescatar a la número cuarenta y uno, un soldado que lo confundió con un oso. Lo cual es rotundamente falso, teniendo en cuenta que Barry murió de viejo en una casa de retiro en Berna, pero este y otros detalles propios del romanticismo decimonónico (como el barrilitocolgando del cuello, que en realidad no llevó jamás ningún San Bernardo del Hospicio) contribuyeron a que los grandes Bernhardiner  acabaran poniéndose de moda entre los aficionados a los perros, primero suizos, luego británicos y después del resto de Europa y EEUU. De hecho, el del San Bernardo fue uno de los primeros estándares caninos aprobados.

Perro del Hospicio de San Bernardo,
por Salvatore Rosa (1690, copia de
mediados del S. XVIII).
Pero lo más interesante es que esos aficionados eran, además, considerablemente adinerados. En aquella época sólo había un puñado de criadores acreditados, y los ejemplares, como es lógico, alcanzaban precios astronómicos. Además, su gran tamaño y su aspecto imponente los hacían especialmente llamativos, así que no es de extrañar que existan muchas fotografías de San Bernardos de todas las épocas. Si además añadimos un puñado de cuadros y grabados históricos (como el de aquí al lado, copia de una pintura de 1690 realizada en el Hospicio por Salvatore Rosa), podemos hacernos una idea de lo que encontraron Drake y Klingenberg.

Tödli (circa 1890). Foto procedente
del Naturhistorisches Museum Bern
Y lo que encontraron Drake y Klingenberg fue que en un período de poco más de un siglo el cráneo de los San Bernardo había sufrido considerables modificaciones. A partir de una morfología más ahusada, los perros habían ido adquiriendo poco a poco su aspecto actual, con un marcado ángulo entre el morro y la frente (el llamado "stop"). Más aún: el cambio se fue produciendo de forma gradual y a un ritmo constante, y precisamente en la dirección marcada por el ideal del estándar de la raza.

El San Bernardo que tiraba
del trineo de la leche en
Montana (Suiza) en los
años 1940. La niña de la
fotografía es mi suegra.
Evidentemente, la evolución descrita por Drake y Klingenberg no es idéntica a la provocada por la selección natural, pero sí que guarda interesantes analogías. El éxito de una variación morfológica en la naturaleza depende en realidad del puro azar: si un individuo nace con el cuello más largo de lo normal, y si este cuello largo le supone alguna ventaja (por ejemplo, acceder a las hojas más altas de los árboles y alimentarse mejor) y si no le supone ninguna desventaja seria (por ejemplo, una mayor dificultad para llevar la comida hasta el estómago), y si todo esto redunda en una mayor fertilidad respecto a sus congéneres, entonces es posible que esa mutación se consolide. En cambio, en el caso de los San Bernardos la evolución es puramente finalista: si un ejemplar presenta características más acordes con el estándar de la raza será más empleado para la reproducción. El resultado final es el mismo, solo que mucho más acelerado, y de hecho Drake y Klingenberg estiman que la magnitud del cambio en los San Bernardo en apenas 120 años es comparable al que experimentan otras especies, sometidas tan solo a la selección natural, a lo largo de miles, decenas de miles o incluso millones de años.

El cambio en la forma del cráneo de los San Bernardo no ha dado lugar a una nueva especie, por supuesto, pero han sido lo suficientemente rápidos como para que podamos apreciarlos casi directamente, y darnos cuenta de que sí, la evolución existe y prosigue día a día. Y además, ¡qué caramba!, son unos perros magníficos, ¿verdad?

Mi hija Alicia con Brandy, abril de 2011. Alicia
estará en StAS 2012. ¿Y tú, StAS o no StAS?
* Si quieres conocer más a Fernando Frías puedes visitar su blog: El fondo del asunto

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